¿Y si tu trabajo en sesión se pareciese a esto?
Estás escuchando a tu paciente en el consultorio, o en la institución, o por videollamada.
De repente, algo de lo que está diciendo te capta.
Es una pequeña pieza de material discursivo que ocupa una posición privilegiada en su funcionamiento psíquico.
Y lo está diciendo como si nada, sin saber lo que en esa piececilla se juega.
Es momento para tu intervención clínica.
No puedes dejarlo simplemente continuar y que el buen “timing” se pierda.
Todo ocurre en una fracción de segundo: captar, entender, buscar la forma que tomará tu intervención para hacer resonar en tu paciente algo de su deseo.
Si estuvieses en una película y fueses un cazador, sería el momento en que te das cuenta que el león va a saltar.
El león del inconsciente. Ese que, según Freud, brinca sólo una vez.
El león salta.
Tu rifle está preparado con la inyección necesaria.
Disparas.
¡Ya está! ¡El tiro dio en el blanco!
Efecto sorpresa.
El paciente reacciona, como atolondrado por la inyección: nunca antes había pensado eso.
Hora de terminar la sesión.
Dejar que la interpretación produzca sus olas.
Así de eficaz puede ser la conducción de una sesión.
Eficacia terapéutica -el teŕmino es de Lacan.
Para lograrlo no hay magia.
Hay -entre otras cosas-, herramientas clínicas.
Y el grafo del deseo es una de las mejores, para permitir que tu práctica cotidiana se parezca al cuadro que te acabo de pintar.
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